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Sanación
Vamos
a hablar de la sanación. Es nuestro tema, pero
en realidad, podríamos decir que todo,
absolutamente todo es sanación. El ser humano
vive para estar sano, física, emocional, mental
y espiritualmente. Tenemos un gran objetivo que
podríamos considerar como nuestra gran razón de
ser y es la necesidad de ser cada vez más
libres. Desde el día en que nacemos, totalmente
dependientes, emprendemos la gran carrera hacia
nuestra libertad, y todo lo que hacemos es para
deshacernos de las muletas externas y conquistar
nuestra independencia como seres humanos.
Tenemos que irnos más libres de lo que hemos
venido y en eso estamos. Parece paradójico que
la vejez, en algunos casos, nos reste libertad
física, pero en realidad envejecer es el gran
camino iniciático ya que todas las libertades
que perdemos en el territorio de la materia, se
pueden ganar para siempre a nivel emocional,
mental y espiritual.
De
pequeña cuando mi madre pedía un deseo siempre
era salud y yo pensaba qué tontería. Daba por
hecho que la salud formaba parte de la vida.
Quizás era una gran ignorancia o quizás esa
sabiduría innata que tenemos todos. Hoy sé que
la gran verdad es que la vida tiene como
componente por excelencia la salud. Si estamos
vivos, merecemos estar sanos, sino no vivimos,
existimos simplemente. ¿Cuántas de las personas
que conocemos que tienen una salud física
inmejorable, no están sanos?
Cuando la vida nos entrega la amenaza de morir a
través de una de las muchas enfermedades
“serias”, también nos regala la oportunidad de
vivir de verdad, ya que si antes no estábamos
vivos, podemos a través de la conquista de
nuestras limitaciones, hacernos con nuestra
vida, implicarnos en ella y empezar ese camino
hacia la “salud” y la libertad.
Para
mí las dos opciones o actitudes que enfrentan a
toda persona que ha sido diagnosticada con la
posibilidad de irse físicamente son la de “No
querer morir” y la de “Querer vivir”, No son lo
mismo, nada que ver. “Yo no quiero morir” viene
del gran miedo que nos aparta de la vida. No
nos vivimos entera e implicadamente, porque
inconscientemente sentimos que la otra cara de
la vida es la muerte. Vivir de verdad, dándonos
en cada momento significa morir, pero no algún
día sino constantemente. Cuando realmente
vivimos cada instante, estando física,
emocional, mental y espiritualmente presentes,
podemos morirnos a ese instante, dejarlo ir
porque el próximo contendrá más vida. Entonces
descubrimos que aún tenemos más que dar. Cuando
no nos arriesgamos y simplemente vivimos el
momento con una minimísima parte de nuestro ser,
vamos a no poder soltarlo. No lo hemos
estrujado en todos los sentidos y entonces, si
ha sido placentero querremos agarrarlo,
mantenerlo, como los niños que quieren que la
fiesta no se acabe, porque aún no han aprendido
que después de la fiesta sigue el goce de vivir.
Nosotros si lo sabemos, pero para vivirlo
tenemos que arriesgar. Y preferimos vivir a
medias, que es vivir sin implicarnos totalmente
en el momento por si acaso. Y eso lleva a la
infelicidad o la ausencia de felicidad total que
ya la mayoría de personas jura que no existe.
Un
buen día, que es una traducción del inglés con
su doble sentido de no tan bueno, sin buscarlo
ni quererlo, nos encontramos con la posibilidad
de jugarlo todo a una carta, ya que nuestro gran
tesoro salvaguardado ahora se enfrenta al máximo
ultimátum. Un buen día nos encontramos con la
posibilidad de conquistar nuestra sanación ya
que de pronto nos diagnostican una enfermedad.
Esa es la afirmación que nos va a permitir
finalmente, emprender el camino de la salud
verdadera. Nuestro cuerpo físico ha cedido bajo
el peso de todas las emociones vividas a medias
y acarreadas para futuros recuerdos o
tormentos. Nuestro cuerpo mental no ha podido
con todos los pensamientos que seguían
persiguiéndonos buscando ser materializados.
Pero ahora nuestro cuerpo espiritual ya tiene el
diagnóstico verdadero y podemos comenzar a
sanar.
Sanamos de mil maneras pero empezamos cuando
dejamos de negar. Si recordamos las fases de
EKR, la primerísima es la negación.
Evidentemente no hay sanación si no reconocemos
que hay algo que sanar. Negar reitera lo que
posiblemente hemos estado haciendo toda la vida,
dar la espalda a nuestra facultad de superarnos
y crear vida. Si no reconocemos el problema, no
conoceremos nuestra capacidad para resolverla.
Para muchos esta afirmación de todo nuestro
potencial se hace cuesta arriba, porque
posiblemente, jamás nos hemos reconocido
capaces.
Podemos encontrar mil razones para negar que
somos valiosos y que tenemos todo lo que
necesitamos para vivirnos de la mejor forma
posible. Mil razones y por eso no lo hacemos.
La culpa la puede tener el sistema educativo, la
falta de oportunidades (que no sabemos cuales
son), los demás, nuestros padres… pero la culpa
real estriba en nuestra incapacidad de mirarnos
bien en el espejo y reconocer hasta donde
podemos llegar, que suele ser más allá de donde
nosotros habíamos puesto las limitaciones.
Podemos ser sanos y podemos ser cada vez más
libres y podemos vivirnos de una forma total,
para que cada momento sea un canto a nuestra
propia vida.
¿Qué
necesitamos para esto? Yo no pretendo que este
encuentro sea una alabanza a la enfermedad, yo
quiero que sea un elogio a la salud. Pero,
¿necesitamos enfermar para resaltar nuestros
recursos y nuestro potencial? ¿Necesitamos el
reto para finalmente constatar que somos capaces
de crear VIDA con mayúsculas?
El
título original de este libro “Enfermedad y
vida” era “Enfermedad es Vida”, porque a través
del diagnóstico podemos dejar de huir
inconscientemente de la enfermedad, de la
parcialidad de nuestro pasado y dar un gran paso
hacia nuestro potencial, nuestra totalidad.
¿Cuántas capacidades, valores y cualidades
siguen en la sombra porque no las hemos
reconocido? Una vez diagnosticados ya sólo nos
queda seguir desde allí y empezar a rescatarnos
de la sombra de nuestra auto-ignorancia.
Primero tenemos que reconocer.
Salimos de la fase de negación y si logramos
estar en paz con lo que de pronto hemos
reconocido, posiblemente nos ahorremos el
segundo paso: la ira. Pero sino, a través de
ella, se nos presenta la primerísima oportunidad
de vivirnos y expresarnos de verdad. Es muy
importante que nos permitamos el enfado, el
descontento, la furia ya que una de las
sensaciones primordiales es que la vida nos ha
jugado una mala pasada. Lo que no veremos al
principio es que ahora tenemos la oportunidad de
ser nosotros mismos y acercarnos a lo que
querríamos ser. Entonces podemos permitir que
la verdadera ira y auténtica rabia nos
catapulte, energetice y nos ayude a expulsar de
nuestra vida todo lo que no nos estaba sirviendo
para que podamos vivirnos como ahora hemos
descubierto que queremos.
¿Y
qué queremos? Queremos vivir, queremos ser
nosotros mismos, entonces vamos a pactar.
Pactar no significa anularnos o portarnos
“bien” para que lo que consideramos una
pesadilla cese, pactar significa hablarnos
íntimamente y escucharnos, permitir que lo que
hemos apartado pueda enseñar su otra cara.
Pactar significa comprender que podemos hacer un
hueco grande para el cambio y significa
encontrar el otro lado de la pesadilla,
significa hacernos amigos de lo que nos está
pasando y significa que nos podemos dar cuenta
que posiblemente esa amistad va a ser lo mejor
que nos ha pasado.
Pactamos para transformar la enfermedad en vida
y de paso nos transformarnos en neonatos en una
nueva manera de ser.
Pero
entre ese ser que nos espera más allá de nuestra
propia conquista y los delicados momentos de
poder o no poder, está la depresión, eso que
siempre nos ha aterrado, que jamás había formado
parte de nuestro presente porque jamás nos
permitíamos ni el más mínimo resquicio para que
pudiera aparecer aliviándonos. Ahora sí, ahora
podemos empezar a reconocer, todo lo que hemos
perdido. Y la gran tristeza es que mucho se ha
perdido sin haberse vivido. Perdemos futuros,
amigos, movilidad… y esto se tiene que
significar y llorar para que no siga haciendo
daño. Como también tenemos que llorar el dolor
que de pronto se ha convertido en nuestro
compañero de viaje. Llorarlo significa
empatizar con ello. Nos dejamos conmover para
destacar nuestra humanidad y acercarnos al ser
total sin miedo ni reparos.
Aquí
nace “Enfermedad y Vida”. Empezamos
despidiéndonos de lo que ya no puede ser para
limpiar el territorio de la conquista.
Reconocemos y podemos despedir lo que ha sido
porque en el fondo sabemos que eso ya forma
parte de nuestra esencia. Reconocemos la
persona que éramos porque ahora no lo somos. De
hecho hemos perdido la inocencia y si seguimos
el camino arquetípico de Carol S. Pearson
descubriremos que para llegar a ser creadores,
magos, gobernantes y sabios, primero tenemos que
pasar por la orfandad. En alguna parte del
proceso hacia nuestra sanación, vamos a
sentirnos huérfanos y vamos a tener que
movilizar al guerrero que llevamos dentro, para
empezar a conquistar con valentía nuestro propio
camino.
Ya no
nos vale lo de ayer. Este es el imprescindible
descubrimiento para hacer nuevo camino y no
volver a tener, en vez de ser. Cuando logramos
reconocer todo lo que hemos perdido y podemos
llorarlo para despedirlo, alcanzamos la altura
suficiente para poder cambiar y la alcanzamos
reconociendo las nuevas capacidades nacidas del
mayor reto que jamás nos ha enfrentado. Nos
despedimos de lo caduco para poder empezar a
volar sin lastre. Nuestra vida nos espera y
vamos a entregarnos todas las oportunidades de
vivirla a través del último paso que marca EKR,
la aceptación.
Para
dejar de negar tuvimos que reconocer, pero ahora
la aceptación nos lleva al descubrimiento de ese
nuevo ser que está naciendo en nuestro
interior. Ser nacido del reto de vivir, con
todas las nuevas herramientas que van a
facilitar esa opción. Vamos a tener que
reconocernos para aceptarnos y posiblemente por
primera vez nos vamos a sorprender muy
gratamente.
El
camino de la sanación tiene varias etapas, pero
llegar se llega en cada momento. Cada paso
tiene su razón de ser y es herramienta y
objetivo a la vez. Dejamos atrás el tener que
llegar, la finalidad y aprendemos en constante
presente que colmar sólo requiere vivir el
momento como si fuera el último. Entonces nos
regalamos la eternidad. Somos eternos cuando
hacemos de nuestra vida una estancia perenne en
el presente. Convocamos todo nuestro potencial
y toda nuestra experiencia y lo vertemos en esa
milésima de segundo que exige ser vivida como
mejor sabemos.
Parece lógico y parece adecuado, lo único que
nos falta es el hábito, pero se trata de
deshacernos de los hábitos y empezar a crear.
Entonces, todo es posible porque convertimos la
capacidad de crear en hábito. El freno que nos
imponíamos por si acaso, ya no nos vale y
descubrimos a tiempo, porque siempre es a
tiempo, que no es cuestión de más o menos
velocidad sino de simplemente estar.
Estamos en nosotros y estamos con nosotros y de
pronto descubrimos que ocupamos el lugar
adecuado, en el momento adecuado. Ya no vale
pensar que podríamos ser lo que no somos porque
dentro tenemos aún mucho que requiere ser
reconocido y vivido. Todo lo que hemos vivido a
medias, nuestra ternura, sensibilidad, afán de
superación, compasión, determinación, firmeza,
sencillez y no sigo porque jamás pararía… cuanto
por ser.
Pero
es la libertad que nos ha traído hasta aquí y
hemos dicho que sanar nos va a hacer más
libres. Desde la perspectiva de haber traducido
nuestros ¿Porqués? en ¡Para ques! empezamos a
comprender lo que nos ha pasado y a
comprendernos. Ahora sabemos que ser libres no
significa hacer lo que queremos sino ser lo que
somos. No es un juego de palabras. Ser la viva
expresión de toda nuestra esencia es potencia y
capacidad hechas realidad; es colocarse en
nuestra propia vida y reconocer que lo que no
tenemos o no podemos no va con nosotros
ahora, y no pasa nada. Nos ha fallado lo
que dábamos por hecho y nos hemos tornado
incompletos según las reglas de juego de lo que
tiene que ser, que no son las mismas que las
verdaderas reglas que marcamos con cada paso que
damos y que nos llevan a ser más nosotros, desde
esa perspectiva se nos han abierto mundos
sinfín, de parcelas aún por materializar.
Estamos en ello y estamos en la continuada
realización de todo ese potencial. Y así es
como entramos en la verdadera libertad.
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